Selfies by Jussi Adler-Olsen

Selfies by Jussi Adler-Olsen

autor:Jussi Adler-Olsen [Adler-Olsen, Jussi]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2016-10-06T04:00:00+00:00


29

Jueves 26 de mayo de 2016

Carl encontró a un Assad afligido ocupado en enrollar la alfombra de orar sobre el suelo del minúsculo despacho.

—Pareces triste, Assad. ¿Qué ocurre? —preguntó.

—No me ocurre nada, Carl, ¿por qué preguntas?

Sacudió la cabeza.

—He llamado a la planta de Rose para preguntar cómo le iba, y la he oído gritar en segundo plano que me fuera a tomar por saco y que la dejáramos en paz.

—¿La has oído?

—Sí, por el teléfono de la secretaria. Quería saber cuándo podíamos visitarla. Ha debido de pasar al lado cuando he llamado.

Carl dio una palmada en el hombro a su escudero; no merecía de ninguna manera palabras tan duras.

—Pues vamos a tener que respetarlo, Assad. Si Rose empeora por ponernos en contacto con ella, no le hacemos ningún favor insistiendo.

Assad agachó la cabeza. Lo estaba pasando mal, la apreciaba mucho, sin duda. Carl iba a tener que sacarlo de aquel estado que no le convenía a nadie.

—¿Te ha contado Assad lo que le ha gritado Rose?

El rostro alargado de Gordon se arrugó un poco. De modo que se lo había contado.

—Es culpa mía que haya reaccionado así —dijo en voz baja—. No debí insistir en lo de los cuadernos.

—Se recuperará, Gordon. Ya hemos pasado por cosas parecidas antes.

—Lo dudo.

Carl también lo dudaba, sin embargo dijo:

—Tonterías, Gordon, hiciste lo que debías; pero yo, no. Debí consultar con ella antes de ir a su piso y de entregar tus notas a esos psiquiatras. No fue nada profesional.

—Si se lo hubieras preguntado, ¡ella te habría dicho que no!

Carl lo señaló con el índice.

—Exacto. No eres tan tonto como aparentas, Gordon, que ya es decir.

Gordon alisó sus apuntes con aquellos dedos largos capaces de asir sin problema un balón de baloncesto. La fina capa de grasa almacenada en su cuerpo los últimos años había desaparecido a la velocidad del rayo en cuanto ingresaron a Rose. Las bolsas rosáceas bajo sus ojos se habían amoratado, y la piel tachonada de pecas estaba blanca como la cal. Nadie diría que tenía un aspecto atractivo.

—Como ya sabemos —continuó con los datos—, el marido de Rigmor Zimmermann fue dueño de una zapatería en Rødovre y tenía la exclusiva para Dinamarca de una buena firma de zapatos. Cuando murió, en 2004, dejó una gran suma de dinero. Rigmor Zimmermann vendió el negocio, la representación, la casa, los coches y demás trastos y se mudó a un piso. Desde entonces ha cambiado de casa varias veces, aunque, cosa extraña, está empadronada donde vive su hija. Creo que es algo antiguo, que no ha cambiado de dirección.

Carl miró a Gordon.

—¿Por qué estás investigando tú a Rigmor Zimmermann? ¿No ibas a buscar a Karoline, la amiga de Rose? ¿Esto no era cosa de Assad?

—Compartimos un poco el trabajo, Carl. No nos queda otra, ahora que no está Rose. Assad comprueba la historia de Fritzl Zimmermann, y hemos encomendado al registro civil que encuentren a Karoline. Van a respondernos dentro de poco.

—¿Por qué investiga Assad al hombre? Joder, no tiene nada que ver con el caso.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.